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Con Rousseau por la “Thrill Walk”

31.07.2018 – Daniel Di Falco

En los Alpes, todo nuevo proyecto de puente colgante o de plataforma panorámica suscita inmediatamente una oleada de críticas: las montañas se estarían convirtiendo en un parque de diversión y se estarían vendiendo al negocio del espectáculo. No obstante, la inversión tecnológica es inherente a la experiencia turística, y los propios pioneros del alpinismo eran amantes de las emociones fuertes.

No tiene por qué ser una capilla drive in a orillas de una pista de esquí, un zoológico de pingüinos encaramado en una cumbre de 2 500 metros de altura, ni la escalera más larga del mundo: incluso proyectos mucho menos estrafalarios suscitan una oleada de descontento. El verano pasado, Rigi Plus, una organización que agrupa a dos docenas de empresas turísticas, dio a conocer su plan maestro: doscientas páginas, en las que el monte Rigi se presenta como un “área de experiencias” con un “posicionamiento sostenible”. La idea consiste en proponer actividades más atractivas para los visitantes de esta montaña que posee una larga tradición panorámica, y mejores perspectivas económicas para los operadores. Las propuestas incluyen un nuevo sitio web, una identidad de marca homogénea, así como la posibilidad de reservar cualquier destino en el área.

Pero eso no es todo. “Ascender hasta la cumbre y disfrutar del panorama desde lo alto ya no basta en la actualidad”, explica Stefan Otz, Director General de Ferrocarriles Rigi, la empresa más grande de esa montaña. Lo trajeron de Interlaken, donde era director de turismo; su misión es dar un nuevo impulso al Rigi. Otz habla de “puestas en escena”, propone construir un hotel de cabañas en los árboles, una torre mirador en forma de piña y un chalet con una destilería y una quesería abierta al público.

“En ningún caso pretendemos llevar el turismo de masas a espacios vírgenes”, comentó Otz. “Bajo ningún concepto crearemos algo en el Rigi que no encaje.” Aun así, no pudo impedir la tormenta que desataron sus declaraciones: primero en las cartas de los lectores, y después en otros espacios públicos: políticos y defensores de los Alpes, arquitectos y empresarios, científicos y famosos, como Emil Steinberger, protestaron en línea contra la “insidiosa transformación” del Rigi en un “Disneyland que acogerá a más de un millón de turistas” al año. Sin embargo, en la actualidad los trenes del monte Rigi ya transportan a unos 750 000 viajeros. Y eso que los peticionarios no querían “experiencias artificiales que supongan rematar el Rigi”.

“Una enorme afluencia de visitantes”

¿Rematar el Rigi? ¿Es posible rematar una montaña que lleva tanto tiempo usándose con fines turísticos? De hecho, el monte Rigi está de moda como destino turístico desde hace doscientos años. En 1816 se construyó un mirador cubierto, en 1820 una torre panorámica y finalmente, en 1871, el primer ferrocarril de montaña de Europa. La “Reina de las Montañas”, como se la conoce, fue invadida por los turistas ya en el siglo XIX, una época supuestamente tranquila. La “afluencia de visitantes fue realmente enorme”, relataba el Echo vom Rigi durante la primera temporada del ferrocarril de montaña. Los visitantes habían pernoctado incluso en los pasillos de los hoteles con una capacidad de unas mil camas. Tres años más tarde, fueron más de 100 000 huéspedes los que tomaron el tren para ascender a esa montaña.

Mark Twain relató las experiencias que se podían tener en ese sitio: el legendario amanecer y la no menos legendaria multitud de turistas que querían contemplarlo. En 1879, el escritor estadounidense ascendió el Rigi a pie desde Weggis y pronto escuchó “por primera vez el famoso canto a la tirolesa en su lugar de origen, en ese entorno montañoso y salvaje”. Sin embargo, el gozo fue de corta duración, porque “desde ese momento nos encontramos cada diez minutos a uno de esos cantantes” y todos querían recibir una moneda por su arte. Esto se repitió cuatro, cinco, seis veces; pero “el resto del día compramos el silencio de los demás dándoles un franco a cada uno. En esas circunstancias, acabas harto”.

Montaña y adrenalina

Surge entonces la pregunta: ¿dónde termina la venta legítima y dónde empieza el remate? Para los opositores al actual plan maestro del Rigi, la respuesta es: allí donde las experiencias se vuelven “artificiales”, donde la montaña se convierte en un parque al estilo Disneylandia. Esa palabra resume la pesadilla que provocan las creaciones ficticias e intercambiables de la industria de la diversión en los Alpes. Y esto no ocurre sólo en el Rigi. También se evocaron los demonios de la “disneyficación” cuando se construyó el puente colgante más alto de Europa en el Titlis y se tendió en Les Diablerets la primera pasarela entre dos cumbres; también cuando el ferrocarril del Schilthorn abrió la “Thrill Walk” debajo de la estación intermedia: una pasarela de acero con rejilla y piso de cristal, suspendida de una pared vertical bajo la que se abre un abismo de doscientos metros: “Montaña y adrenalina en estado puro” reza la publicidad. Mientras que los destinos turísticos cobran notoriedad y se diferencian de sus competidores gracias a tales inventos, las organizaciones protectoras se quejan de la transformación de los Alpes en un parque de aventuras. Así, el grupo Mountain Wilderness, fundado por activistas del montañismo, reclama “más paz y tranquilidad en las montañas, más espacio para auténticas experiencias de montaña” y exige que se frene la expansión de las instalaciones turísticas.

Pero cabe preguntar: ¿qué es una “auténtica experiencia de montaña”? Los promotores de nuevos puentes colgantes, plataformas panorámicas, pasarelas, parques de escalada, senderos para bicis de montaña, tirolesas o pistas de tobogán de verano hablan exactamente el mismo lenguaje: ellos también ofrecen experiencias “auténticas” (Stefan Otz, Ferrocarriles del Rigi) y “únicas” (Christoph Egger, Ferrocarril del Schilthorn).

Haller y Rousseau: los pioneros

En esa lucha por lo “auténtico” a menudo se olvida que desde los inocentes inicios del turismo, las infraestructuras construidas por la mano del hombre, las puestas en escena de pago y los soportes artificiales ayudaron a crear esas vivencias aparentemente muy genuinas, todas las cuales resultaron igual de controvertidas que en la actualidad.

Era la época del calzado de clavos, de las diligencias y de los paseos bajo la sombrilla. Suiza representaba la belleza inmaculada del mundo alpino, habitada por virtuosos pastores y campesinos. Así la elogiaron Albrecht von Haller en su poema Los Alpes, de 1729, y Jean-Jacques Rousseau en la novela Julia o la nueva Eloísa, de 1761. Estos dos pensadores y poetas suscitaron el entusiasmo internacional por Suiza y sus montañas: la expectativa de una naturaleza y una humanidad en estado prístino atraía a los visitantes en busca de lo genuino.

Sin embargo, al poco tiempo un agüista procedente del norte de Alemania se quejó de los tejemanejes de la industria turística y del aluvión de suvenires kitsch. Aunque en la época de Biedermeier todavía no había postales, este visitante se lamentaba de que le habían ofrecido más de treinta imágenes “de un único sitio del Oberland bernés” : dibujos, grabados, acuarelas. “Probablemente haya aún más de otros lugares famosos y admirados.” Así pues, pronto sería necesario “que la naturaleza crease nuevas montañas o derribase las antiguas” para brindar “más fuentes de inspiración” a la industria de pintores de paisajes y grabadores. En otras palabras, “ya no se trata de dar a conocer el país, sino tan sólo impresiones artificiales sobre él”.

Corría el año 1812. En realidad, el agüista alemán era un simple personaje literario: el narrador en primera persona de la novela Die Molkenkur, de Ulrich Hegner, político y escritor oriundo de Winterthur. No obstante, la sátira de Hegner a los “productos naturales y las creaciones artísticas de Suiza” tenía un fondo real: el malestar generalizado provocado por el carácter artificial de las experiencias ligadas al turismo.

También es cierto que no todos tenemos una percepción romántica tan desarrollada como Rousseau o Haller: de ahí la utilidad de los organismos de promoción turística, que muy pronto instalaron toda una infraestructura técnica en la montaña: senderos, bancos, terrazas, barandillas, mesas de orientación –“soportes visuales”, como los denomina el historiador Daniel Speich–. Todos éstos son dispositivos que orientan la mirada del visitante hacia el paisaje y sus atractivos, para que vea lo que espera ver. Incluso la simple contemplación de las montañas es una experiencia calculada y estandarizada y, por lo tanto, una experiencia “artificial”, aunque no por ello menos impresionante.

El mundo alpino visto por los pintores

“Podría pensarse que en los Alpes todo es naturaleza. Sin embargo, la posibilidad de contemplar esta naturaleza siempre está supeditada a una infraestructura que da acceso a ella”, afirma el científico cultural Bernhard Tschofen. Tschofen participó en la exposición “Belleza de la montaña” organizada por el Museo Alpino de Berna, que exhibe actualmente la imagen típica de los Alpes suizos, tal como la captaron los pintores. Esta imagen es un ideal, un cliché popular que idealiza los Alpes como un espacio inmaculado contrapuesto a la civilización moderna. Como lo asevera Tschofen, “al espectacular auge de los ferrocarriles le siguió un no menos espectacular auge de la pintura de montaña”. En la mayoría de los casos los artistas suprimieron en sus cuadros las obras técnicas que, precisamente, les permitían esa visión de las montañas.

Tal es el caso de Ferdinand Hodler, cuyo centenario luctuoso se celebra este año. Desde 1879, este pintor solía pasar sus vacaciones en el Oberland bernés. Allí pintó muchos de sus cuadros; acostumbraba usar las mismas rutas y detenerse en los mismos miradores que los turistas. Así fue como exploró el área alrededor de Interlaken con los medios de transporte que en aquel entonces constituían una novedad: el tren de cremallera de la Schynige Platte lo llevó a la “Vista del lago Thun y el lago Brienz”, y cuando se inauguró, en 1891, el ferrocarril de montaña de Lauterbrunnen a Mürren, éste no sólo significó una nueva atracción para los turistas, sino también para el pintor: el motivo de su célebre cuadro, el Jungfrau. Hodler estuvo por primera vez aquí en 1895 y regresó en los veranos de 1911 y 1914. En esas dos temporadas pintó el macizo del Jungfrau con un total de trece variaciones. Por supuesto, hay diferencias: en el color, el contraste, la textura y la atmósfera. Sin embargo, hay algo inmutable en esas trece obras: Hodler se detuvo donde también se detenían los turistas, pintó diversas variantes del cuadro desde diferentes estaciones de tren. Usó el tren para enmarcar el Jungfrau a su gusto.

Esta es la paradoja que caracteriza desde siempre no sólo a la pintura de montaña, sino también al turismo: promete experiencias únicas, pero al mismo tiempo las transforma inevitablemente en una oferta condicionada y escenificada a través de la técnica. Por ello resulta cuestionable la distinción entre experiencias “auténticas” y “artificiales”, en torno a la que se vertebra el apasionado debate actual sobre las nuevas atracciones en las montañas.

Hoy en día, el espectáculo y la emoción no tienen buena prensa. No obstante, es exactamente eso lo que fueron los Alpes desde el principio, desde el primero momento de fascinación por las montañas: emoción. En los primeros años de 1700, el publicista inglés Joseph Addison realizó un viaje por Europa, y cuando hizo una parada en el lago de Ginebra y tuvo ante sí las imponentes montañas, ese mundo de rocas y hielo, le embargó ese sentimiento que luego se convertiría en el factor decisivo para el turismo: un escalofrío, “una especie de estremecimiento agradable” ante al poder de la naturaleza.

Jean-Jacques Rousseau, quien se hizo famoso con su lema “Volver a la naturaleza” y sentó las bases del contacto genuino y profundo con las montañas, relata en sus Confesiones, de 1781, una notable caminata por los Alpes de Saboya: “Debajo de la carretera abierta en la roca, en el lugar llamado Chailles, corre y bulle por un espantoso abismo un riachuelo que parece haber empleado millares de siglos en abrirse paso”. El camino en sí es moderno y “hay un parapeto para evitar las desgracias que podrían ocurrir”, escribe Rousseau. Ante este espectáculo, el filósofo experimenta el mismo placer que en la actualidad sigue buscando el público en la empinada pared del Schilthorn: siente el cosquilleo y mira hacia el abismo. “Apoyado en el parapeto”, continúa Rousseau, “podía contemplar el fondo y tener el gusto de experimentar vértigos a mi satisfacción”. El camino de Rousseau es una “Thrill Walk”. El parapeto es el dispositivo que hace posible esta fantástica aventura, de forma cómoda y sin riesgo alguno: “lo más extraño que hay en mi afición a los lugares escarpados es que me causan desvanecimientos y esto me agrada con tal de que no corra peligro de caerme”.

Daniel Di Falco ES HISTORIADOR Y PERIODISTA CULTURAL
EN DER BUND DE BERNA.

 

Museo Alpino de Suiza, Berna: “Belleza de la montaña. Una cuestión de perspectiva”. Hasta el 6 de enero de 2019. Folleto del mismo nombre como álbum de postales, con textos de Bernhard Tschofen y otros autores (Editorial Scheidegger & Spiess).

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    Regula Stewart, Arizona USA 17.09.2018 At 14:23
    I grew up in Switzerland and have spent much of my childhood as well as time in my adulthood in the Alps. During my 30 year stay in the US, I have lived 25 years in the mountains. I have traveled in the mountains of the US, in Arizona, Colorado and New Mexico, in the mountains of other European countries, as well as in the mountains of New Zealand and the Himalayas. I love the mountains, it has always been a place of refuge for me, a place to rejuvenate and find quiet and peace that restores inner balance. I have many friends who are passionate hikers of mountains in many parts of the world and they all go into the mountains to find that peace that helps them in this hectic time. I am also a retired psychotherapist and have heard from many of my clients over the years how the quiet of nature helps them in their lives. It is the minority of people who seek thrill and adventure in the mountains, although I know that is the case with people who do rock climbing, and other sports like that. I also think it is inconsistent, to state that the Swiss mountains have been overcrowded for more than a century and then state that there is a need to build Disney-like structures to keep the mountains attractive for people.
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    Reto Derungs 26.07.2018 At 17:06
    Danke für den wunderschönen Beitrag über die touristische Entwicklung in der Schweiz und die seit Generationen geführte Diskussion über Sinn und Unsinn. Ich komme selber aus einer Bündner Tourismusregion und kenne mich deshalb bestens aus mit der Problematik. Man darf einfach nicht vergessen, dass vom Tourismus viele tausend Arbeitsplätze abhängen. Ohne Tourismus wäre die Alpenregion ein öder, kaum genutzer Ort ohne Zukunft für die Jungen. Als Bergsteiger kann ich aber alle Kritiker des Tourismus beruhigen. Wenn ich jeweils auf einem Berggipfel stehe und meine Augen in die Runde schweifen lasse sehe ich noch viele, viele Berge die völlig unberührt sind.
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    Trevor Gloor 26.07.2018 At 15:33
    I realize that commercialism is tainting every pristine place in the world. All I know is my own experience while staying in Interlaken and hiking in the Bernese Oberland.
    My father was born in Bern, and my wife and I had traveled from Washington state to see Switzerland for the first time. I'd even cut my thumb with a Victorinox knife the day before, on my 60th birthday. It seemed fitting to leave some blood in the homeland.
    We rode up to Mürren in a gondola lift under a sky of blue. The amazing views of the Jungfrau, Eiger, Monch and Jungfrau dazzled us while walking to Gimmelwald. We met a local on the trail who also was on his birthday holiday. This was a trek he took every year.
    There are those who miss the Switzerland of the past, and those like me who are captivated today. If one has an inspired vision that isn't just about pumping money out of tourists, then perhaps change won't destroy the Switzerland of tomorrow. Move forward with great sensitivity. You can never go back.
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    Fritzz 26.07.2018 At 06:56
    Es ist nicht zu vergessen: seit jeher geht ein gesegneter Geldfluss in die Schweiz mit den Touristen aller Art einher.

    Nicht das Bahnticket oder die Hotelübernachtungen allein, es sind Arbeitsplätze von Organisation, Führung (schliesslich dürften Bergführer den Anfang gemacht haben - und es ging bereits dort (auch) um Sicherheit), Erhaltung und Unterhalt sowie Reinigung und Vorbereitung.

    Luzern (Rigi), Interlaken (Jungfrau) sind da nur zwei Beispiele. Denk dir mal eine Liste der beworbenen Ziele für Touristen in der Schweiz... Es IST die Schweiz.

    Gehen wir ans Meer, ist dort genau dasselbe - wenn die Badegäste dort noch 10m2 Strandwasser belegen (!!), so sind unsere Alpen noch völlig leer.

    Das Ziel der „Tourismusgegner“ scheint wie: sperrz die Menschen wie Hühner in Käfige (Grossstadt - also kein Wunder, dass der gesunde Mensch mal in die Alpen kommt) bis zu „reduzieren dee Menschheit auf eine Erde, wie die dem sagen und es selbstverständlich gleich selbst definieren, was und wer zu „ihrer“ einen Erde dazugehört.

    Die Zukunft ist und bleibt ungewiss. Wir passen wohl kaum zurück in die paar Höhlen und Hütten im Wald!

    Ferien vor dem Bildschirm ist heute bereits möglich, ich kenne grad niemanden, der das konsequent macht.
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      Hans Reichert 26.07.2018 At 10:15
      Lieber Fritzz.
      Es geht mir nicht darum, den Tourismus an sich zu verteufeln, sondern um das Ausmass dessen, was noch als erträglich betrachtet werden kann – und was nicht. Das ist natürlich höchst subjektiv.
      Mich treibt vor allem die Frage um, mit welchem Recht unsere nationalen und internationalen Kapitalverwerter und Gewinnmaximierer Landschaften (Berge, Seen, Meer – und Städte) einfach okupieren können. Mit allen bekannten Folgen: Boden- und Immobilienpreise, Mieten, Übernachtungskosten etc. steigen ungebremst; die Einheimischen werden vertrieben; spekulativer Leerstand ... und was bleibt dabei auf der Strecke?
      Wir reichen Schweizer machen es uns einfach: Wenn es uns auf unseren Bergen wegen der vielen ausländischen Touristen zu voll wird, steigen wir in den Flieger – und ab geht es in die Anden, nach Nepal ...
      Ich denke, dass es jetzt auch mal genug ist mit dem Wachstumswahn auf Kosten von Natur und Menschen. Es genügt einfach nicht, in der Migros Bio oder (vorgeblich) Regionales zu kaufen, sondern wir sollten schon auch unser eigenes Handeln hinterfragen. Und das fängt eben auf der Rigi schon an.
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    Hans Reichert 25.07.2018 At 17:30
    Ja, das kennt man schon bis zum Erbrechen: alles halb so schlimm – und wenn die Natur eh schon verbaut ist, dann kommt es jetzt auch nicht mehr darauf an.
    Stellt sich die Frage: Wem gehören die Berge, die Landschaft eigentlich? Den Tourismusmanagern, den Reiseveranstaltern, den (int.) Hoteliers – oder vielleicht doch eher den Menschen, die dort leben und denen, deren Leben und Ferien nicht nur aus Events bestehen?
    Wenn man liest, dass der Tourismuschef von Grindelwald (wie so viele andere auch) mehrmals jährlich in Ostasien seine «Heimat» verkauft, auf dass bloss kein/e Schweizer/in mehr auf der Kleinen Scheidegg Platz findet, dann wird einem nur noch übel.
    Und dass die Schweizer Revue einen so einseitigen Kommentar (Auf den «Dreh» muss man erst mal kommen, Rousseau als Vater der Alpenvermarktung zu installieren.) abdruckt, finde ich schon sehr speziell.
    Aber nur weiter so: Alles fremden Kapitalinteressen (so sind uns die Ausländer am liebsten) unterwerfen; die Berge stehen schon so lange, die halten das aus. Unsere Kinder und Enkel werden es uns auf ewig danken.
    Wundert es da noch, wenn die Einheimischen ihre Bergferien lieber in Österreich oder im Südtirol verbringen?
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      Daniela Kobelt 25.07.2018 At 20:04
      .... und dort den Tourismusplanern aus Österreich und dem Südtirol "zum Opfer fallen" - bei Kutschfahrten und Velotouren, bei Sommerrodelbahn oder Bergminigolf :-)
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      Rolf Gerig 31.07.2018 At 09:31
      Guter Beitrag, aber was anderes könnte man von einem überbevölkerten Ameisenhaufen erwarten! Das Alpsteingebiet ist auch betroffen. Australien hat soweit noch Platz zum Ausbau der endlosen menschlichen Habgier, die zum totalen Ruin führen muss. Ich bin froh, dass ich hier neue Wurzeln geschlagen habe. Wie lange und wie es hier noch weitergeht, kann ich aber auch nicht sagen
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