El 5 de marzo de 1936 se estrenó en el Teatro de Zúrich, bajo la dirección de Leopold Lindtberg, Der heilige Held [“El santo héroe”], de Cäsar von Arx. Esta obra escenificaba un episodio de la rebelión de los habitantes de Entlebuch contra la ciudad de Lucerna, en 1478. El insurgente Peter Amstalden iba a ser ejecutado, a menos que su suegro, Niklaus von Flüe, tomara partido por Lucerna. Este se negó a hacerlo y Amstalden fue decapitado en el momento en que el ermitaño salvaba la paz del país con su mensaje a la Dieta de Stans. “Quien quiera encontrar a Dios debe servir al hombre”, sentencia la obra, “y quien quiera servir al hombre debe buscar a Dios”. A pesar de las buenas críticas y el elogio de Thomas Mann, quien afirmó que “la obra enraizada en suelo patrio, con su lenguaje áspero, representa la quintaesencia de Suiza”, Der heilige Held solo se representó en otras tres ocasiones, con escasa asistencia. ¿Acaso el público no quería ver a sus “poetas suizos”, que en aquellos años se destacaban más, frente a sus competidores extranjeros, por sus actividades dudosas entre bastidores que por su talento en el escenario?
La “defensa espiritual del país”: un callejón sin salida
Cäsar von Arx, nacido en Basilea el 23 de mayo de 1895, autor de General Suter, adaptación de una obra de Blaise Cendrars, y del éxito teatral Der Verrat von Novara [“La traición de Novara”], era con mucho el dramaturgo suizo más famoso de la época. Y a pesar de ello, también él se quedó atrapado en el callejón sin salida del aislamiento que Suiza eligió en nombre de la defensa espiritual del país. Heredero de Schiller, Shakespeare y Arnold Ott, nunca logró situarse a la vanguardia de su generación. Su pasión era lo histórico y lo suizo. En 1932, cuando General Suter fracasó en Berlín, se aferró más que nunca a ella: “Que escriban otros para esos arrogantes judíos de la gran ciudad”, escribe con despecho en una carta a su padre, antes de dedicarse a tres nuevos temas históricos suizos.
“En esta ‘era de la electricidad’, una ‘persona normal’ considera loco a todo aquel que declare que la antorcha es tan valiosa como la bombilla incandescente. Pero, ¿qué ocurrirá si algún día se agota la electricidad que alimenta la bombilla? ¿No se convertirá entonces el portador de la antorcha en un nuevo Prometeo? ¿Con qué derecho se me ridiculiza hoy, o se me tacha incluso de fósil, solo porque, en la era de la tecnología, cultivo el conocimiento del yo, la cultura del individuo, la singularidad de la personalidad? Las personas tienden a elevar aquello que consideran importante a la categoría de único dogma redentor: solo reconocen al electricista y se olvidan del portador de la antorcha”.
Tomado de “Der Fakelträger” [“El portador de la antorcha”], en: Cäsar von Arx: Werke [“Obras”], t. IV, editado por Reto Caluori, editorial Schwabe, Basilea, 2008.
Comentarios