En 1911 creció en Suiza el descontento con la Convención del Gotardo. Este tratado permitía a las potencias del Eje el uso irrestricto del túnel ferroviario. La guerra franco-alemana parecía inminente.
Con este trasfondo, el lingüista Alexis François y los escritores Gonzague de Reynold y Robert de Traz convocaron una reunión en Ginebra, de la que surgió la “Nueva Sociedad Helvética” (NSH), que aún existe. Su objetivo era “gestionar el patrimonio nacional, fortalecer la mentalidad patriótica, asegurar un futuro digno para Suiza”. El movimiento se extendió rápidamente, se dividió en numerosas ramas y vivió sus primeros momentos álgidos, como en 1914, cuando Carl Spitteler aplacó el conflicto entre las zonas de habla francesa y alemana con el discurso que pronunció en Zúrich: “Nuestro punto de vista suizo”. La NSH desempeñó un papel clave en el ingreso de Suiza en la Sociedad de Naciones, en 1920.
“Ser europeo significa culminar un empeño que nos legaron nuestros antepasados y de cuyos bienes aún nos nutrimos. Europa existirá si nosotros queremos. Pero si no la queremos, debemos prepararnos para la barbarie más vergonzosa que jamás haya existido”.
Robert de Traz en octubre de 1922 en la “Revue de Genève” tras un viaje a Berlín
Primer Secretario de los Suizos en el Extranjero
Sin embargo, poco antes, en septiembre de 1919, Robert de Traz, uno de los miembros fundadores, había sido elegido Primer Secretario de los Suizos en el Extranjero por el Comité Central de la NSH. En 24 meses, Robert de Traz creó una organización operativa que, con sus antecedentes logísticos y propagandísticos, tendría un futuro brillante. “Robert de Traz creó el mito del suizo en el extranjero”, reconoció Agénor Kraft, uno de sus sucesores, con motivo de la muerte de Robert de Traz, en 1951. “Estableció la doctrina de que Suiza tenía obligaciones para con sus emigrantes. En ese entonces, tal idea sólo podía surgir en la mente de un poeta, un visionario, porque era completamente nueva y, para muchos, hasta un poco ridícula”.
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