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  • Editorial

Lucha entre continentes

20.10.2023

MARC LETTAU, REDCATOR JEFE

Cuando paseamos por los Alpes, vemos verdes praderas, arroyos centelleantes, escarpadas peñas y majestuosas cumbres. Lo que no vemos son las dos placas continentales que se entrechocan bajo nuestros pies: la europea y la africana. Tampoco advertimos cómo estas placas se deslizan una sobre la otra, provocando el levantamiento de la corteza terrestre: solo vemos una instantánea de este lento proceso geológico.

Si pudiéramos percibir estos fenómenos a escala geológica, veríamos, por ejemplo, que el monte Cervino sigue creciendo: a consecuencia de la lucha entre continentes, se eleva unos 1 500 metros en un millón de años. Al mismo tiempo, el viento y demás agentes meteorológicos lo erosionan sin cesar, más o menos al mismo ritmo. Lo que perciben nuestros ojos es el resultado de esta permanente lucha entre crecimiento y desgaste: montañas inamovibles, sólidas como la roca misma, epítome de un país hecho a su imagen y semejanza.

Sin embargo, esta imagen se está desmoronando. Las “nieves perpetuas” se derriten a una velocidad vertiginosa, incluso a nuestra escala temporal. Las propias montañas parecen más frágiles: desprendimientos y aludes no solo sepultan y destruyen todo lo que encuentran a su paso, sino que resquebrajan también el mito de los “Alpes eternos”. ¿Qué hay de cierto en esta impresión de fragilidad?

En nuestro dosier “Tema clave” analizamos el cambio en las montañas. Tras los dramáticos desprendimientos de Randa (1991), Gondo (2000) y Bondo (2017), los angustiantes hechos ocurridos en Brienz (GR) nos dieron pie para escribir sobre el tema: este verano, más de un millón de metros cúbicos de rocas se desplomaron desde el Piz Linard hasta el valle. Lo que no podíamos saber era que apenas tres meses más tarde, ingentes masas de tierra y rocas se deslizarían y sepultarían decenas de casas y establos en los Alpes de Glaris, como si hiciera falta confirmar la impresión de que las montañas están en constante movimiento.

Pero volvamos al placer que es ir de excursión por las montañas. Allí es muy probable que encontremos un banco, instalado frente a un pintoresco paisaje. El banco orienta las miradas: se encuentra justo allí donde merece la pena sentarse (por lo menos desde el punto de vista de la asociación local de turismo) y posar la vista en la lejanía. Pero, sobre todo, el banco es omnipresente. Gracias a los innumerables bancos con los que cuenta Suiza, vivimos en un paisaje amueblado. Tras leer el artículo que hemos dedicado a este tema, usted también empezará a ver bancos por doquier...

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