A finales de octubre de 1892, Anna Tumarkin, de 17 años, arribó a la estación ferroviaria de Berna. Procedía de una familia de comerciantes judeo-rusos de la ciudad besarabia de Chisináu, actual capital de Moldavia. La joven viajó al extranjero para estudiar, algo que se negaba a las mujeres en el Imperio ruso. En Suiza, en cambio, las mujeres podían estudiar desde la década de 1860. Este país, que más tarde solo avanzaría tímidamente hacia la igualdad de género, desempeñó un papel pionero en la Europa de la época.
Cientos de rusas judías eligieron Berna para cursar estudios: no solo huían de la discriminación en el ámbito educativo, sino también de la represión política y del antisemitismo. Los profesores liberales de la Universidad de Berna apoyaron a estas mujeres valientes y talentosas. Anna Tumarkin era de un temperamento menos revolucionario que algunas de sus compañeras. Enseguida empezó a estudiar filosofía, historia y filología germánica, marcando el inicio de una carrera académica excepcional.
“Un sensacional acontecimiento”
En 1898, a la edad de 23 años, Tumarkin se convirtió en la primera mujer que llegó a ocupar una cátedra de filosofía en Europa y la primera profesora privada oficial en Suiza. Los periódicos suizos y extranjeros informaron del “sensacional acontecimiento” de su conferencia inaugural, pero ella apenas ganaba lo suficiente para vivir. En 1909, el Gobierno cantonal de Berna la nombró Profesora Asociada de Filosofía y Estética; se convirtió así en la primera mujer del mundo que accedía a la cátedra con plenos derechos, en una universidad en la que había hombres y mujeres. Ejerció la docencia en Berna durante 45 años.
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